3 – Múltiple (M. Night Shyamalan)
El
regreso de Shyamalan por la puerta grande. Él es un artista y se monta sus
cuadros dónde y cómo le da la gana. Con niños que dicen ver muertos,
superhéroes que no conocen sus poderes, plantas asesinas, o zumbados que buscan excusas para
comerse a adolescentes. Y luego está Anya Taylor-Joy, para romperte la cabeza.
Una película magnífica de genio escondido.
2 – La llegada (Denis Villeneuve)
Hacía
tiempo que no me emocionaba tanto con una película. Y no puede ser casualidad
que lo consiga una que trata sobre cómo adentrarse en un agujero oscuro e
intentar comunicarse. Tan delicada como acojonante, La llegada es a la vez
ciencia ficción y cine intimista. Me dicen que su sección de intriga está
ejecutada con pincel fino, pero a brocha gorda la de introspección. Al diablo
con eso, hay que ser ambiciosos y a veces también algo pretenciosos. A mí me
parece elegantísima. Esto no es una carta de amor a un director o a un actor,
es un mensaje a saludar con cariño a las películas que siendo solamente eso,
películas, aún consiguen comunicar grandes ideas y emociones.
1 – La La Land (Damien Chazelle)
Primero,
el gancho: la química mágica entre Emma Stone y Ryan Gosling. Luego una serie
de números musicales a cada cual más brillante para llevar la película a un
lugar privilegiado. Más que la película del momento, La La Land es un film prodigioso.
De esos que a fuerza de rozar el ridículo tantas veces acaban por tocar una
tecla muy cercana: la del cine inolvidable. Y en esto, la escena del baile al
amanecer es clave.