Volver a casa
“Si muchos de nosotros diéramos más valor a la comida, a la alegría y a las canciones que al oro atesorado, este sería un mundo más feliz”. Le dice Thorin a Bilbo. El hobbit recibe este halago en el momento más emocionante de La batalla de los cinco ejércitos.
Para los seguidores de las
adaptaciones al cine que hace Peter Jackson de J.R.R. Tolkien, el estreno de La batalla de los cinco ejércitos es ya una nueva celebración navideña que
añadir al calendario. Es la última entrega de la trilogía de “El hobbit” y tenemos al dragón Smaug volando enfurecido hacia la Ciudad del
Lago para acabar con cualquier resto de vida. Así
nos despedimos de La desolación de
Smaug hace un año. Y retomamos la historia desde ahí. Benedict Cumberbatch
da voz a un dragón majestuoso, que disfruta más presumiendo y retorciendo el
lenguaje que incendiando ciudades. Con Smaug fuera de la Montaña Solitaria se
libra La batalla de los cinco
ejércitos, un enfrentamiento entre enanos, elfos, hombres, trasgos y
huargos, por hacerse con el control y el tesoro de la Montaña, un lugar
estratégico en la Tierra Media.
Smaug (impresionante animación por captura de movimiento e
impresionante doblaje) y su enfrentamiento con Bardo es uno de mis momentos
favoritos de esta entrega, aquí algunos otros: Smaug cayendo en silencio sobre
la Ciudad del Lago, Thorin (Richard Armitage) perdiendo la cabeza por el oro
cual rey shakesperiano, una
conversación entre Bardo (Luke Evans) y Thorin a través de un conducto en medio
de las piedras que protegen al Rey bajo la Montaña, y Gandalf (Ian
McKellen) cargando su pipa sentado junto a Bilbo descansando tras la batalla.
Dentro de las seis películas del canon de Peter Jackson
adaptando a Tolkien, La batalla de los
cinco ejércitos es la más entretenida y concisa; la más corta también. 144
minutos que no se hacen largos, a pesar del gusto del director por adornar los
enfrentamientos heroicos de los personajes protagonistas.
Jackson merece ser tratado con independencia del escritor
británico J.R.R. Tolkien. Peter Jackson –con la complicidad de Andrew Lesnie,
su operador de cámara– es un perfeccionista, un controlador obsesivo, un
megalómano. Eso hace que su trabajo quede en algunas ocasiones artificial,
asfixiado por salir de la cabeza de una máquina casi inhumana de hacer películas,
también con sus momentos repetitivos y rimbombantes. Pero él y su equipo tienen
un sentido del espectáculo asombroso y en esta entrega lo confirman.
Martin Freeman está
sensacional dando vida al hobbit protagonista.
Es un personaje central muy atractivo: Bilbo labra su propio devenir, tiene
carácter, toma decisiones personales valientes. Y quiere el anillo. Todo ello
lo hace Freeman con convicción y sin descuidar el alivio cómico, que tan bien
le sienta a una película muy seria, muy épica, y muy todo.
Escuchamos la canción de los créditos finales en la voz de
Billy Boyd, viejo amigo de estas aventuras. La elección de este actor –que
anteriormente dio vida a Pippin, uno de los personajes que acompañaron a Frodo
en su misión de destruir el anillo– para interpretar este tema nos da una
muestra del espíritu de comunidad que impera en el viaje de Jackson por los
cromas verdes y la Tierra Media. “The
Last Goodbye”, preciosa canción, es un suave y agradable punto final a ese
viaje.
Peter Jackson ha recibido todo tipo de críticas por
transformar “El hobbit”, una novela no
muy extensa (con tono infantil–juvenil) que sirve como anticipo a los
acontecimientos que ocurren en “El señor
de los anillos”, en una trilogía probablemente hinchada con motivos
comerciales: otras tres películas de épica hipervitaminada que, sin embargo, se
enroscan milagrosamente –en tono, registro y estética– a las tres películas que
conocemos como El señor de los anillos.
En total, seis obras rodadas, editadas y estrenadas entre el año 2001 y el
presente 2014: 1034 minutos (unos 172 minutos de media por entrega) uniformes y
con continuidad. Una hazaña memorable que ha cambiado para siempre el lugar que
ocupa la obra de Tolkien en la cultura popular –para bien o para mal, eso cada
uno lo decide–.
Llegados a este punto, estas consideraciones me hacen pensar
algo. Por encima del oro atesorado por sus películas en las taquillas de medio
mundo, puede que la verdadera razón de Jackson para volver por tres años a la
Tierra Media sea porque quizá (solo quizá) rodar estas películas sea su
particular vuelta a casa. Ya saben. El lugar de la comida, la alegría y las
canciones. El lugar para comer en familia y cantar con los amigos. No estoy
seguro, pero me gusta pensar que es así, y no puedo evitar por eso querer a estas
películas.