jueves, 7 de agosto de 2008

WALL•E (2008)

La fascinación o nada


Yo soy de los que creen que a día de hoy Pixar es de las pocas cosas seguras que podemos ver en una sala de cine. La seguridad de que acompañar a los mas pequeños al cine se convertirá en todo un placer. Pero entonces es extraño que después de ver una película tan buena como WALL•E invada en el espectador un sentimiento de pesadumbre y una decepción gratuita.

WALL•E vuelve a tener un diseño técnicamente perfecto -ya no es sorpresa-, pero viene inflada por los intelectuales que la elevan a obra mejor que maestra, a obra generacional, que sienta las bases de la animación futura desde el cine mudo de Buster Keaton o el mismo Kubrick (ambos citados por el propio equipo de Disney Pixar) porque esto en manos de un inocente deseoso de cine innovador es una mala arma. Además porque Andrew Stanton (también director de Buscando a Nemo) falla donde no suele fallar Pixar, en el guión.

Uno espera una aventura irresistible y uno encuentra dos encantadores y tiernos robots -sin ninguna duda lo mejor de la película, WALL•E es el personaje más entrañable de la década- que sin mediar palabra llegan a transmitir mejor que cualquier actor de carne, palabra y hueso. Eso es la primera mitad del film, buenísima e innovadora, y fascinante. Pero llegan los gordinflones humanos en la segunda mitad para hacer de WALL•E una cinta floja, repetitiva, impropia de alguien que una década atrás se encargó de Toy Story.

Y según pasan los días crece en la memoria la intensidad del recuerdo de el clásico que Pixar regaló el año pasado, Ratatouille, que basa su encanto en rechazar la innovación a través del nacimiento de un nuevo cine que WALL•E ofrece. Ratatouille nace del gozo del cine bien entendido, del vanguardismo a partir del retorno al clasicismo de Disney de los años 40 y 50.

Para el recuerdo quedan algunas escenas mas devastadoras acerca del futuro próximo del hombre de lo que puedan ser muchas películas adultas, como por ejemplo la hazaña del comandante que da sus primeros pasos; o la primera y definitiva imagen de una ciudad que presume de unos rascacielos que no son mas que enormes montones de basura.


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