Por fin llega la navidad, la única época del año en que todo el mundo es feliz, o al menos todo el mundo dice serlo. Pero no basta con serlo, ni mucho menos, consiste en restregárselo al prójimo, con una tarjetita que felicite fiestas y año nuevo, y ya de paso acordarnos de aquellos a los que tan olvidados tenemos el resto del año. Exactamente como si de una vacuna anti-olvido se tratase, que bien merece un recordatorio cada final de Diciembre.
Los Christmas (¿sabían que la época mas feliz del año es otra americanada?), tarjetas de felicitación, ya están pasados de moda. Ahora lo que se lleva son los insultos navideños. Cogan papel y lápiz y combatan conmigo todos esos deseos empalagosos que tienen hacia sus congéneres, se acerca la batalla del turrón, el cara a cara con el polvorón, las doce uvas de rigor (dicen que no hacerlo trae mala suerte, ¿peor?, quién necesita suerte teniendo talento), y por supuesto sus correspondientes doce propósitos de año nuevo, cada vez menos creíbles, irrisorios e inclusive vomitivos. De acuerdo, tal vez me he sobrado en esto último. Para discursitos estoy yo.
A lo que iba, insultos navideños, que son lo mismo que los insultos a lo largo del año pero con cariño, lo que supone que deben ser insultos trabajados, no vale lo primero que le venga a la boca. Dedíquenle a sus seres más queridos una oda a la falta de respeto, un himno a la intermitente educación. El semáforo está en ámbar, aprovechen para poner a parir al vecino, que seguro será tan feliz estas navidades como nosotros lo seremos el año que viene. Deléitense en los pequeños detalles que es donde se encuentra el resquemor. Y una vez hecho el trabajo, cierren el sobre y decidan ustedes mismos si deben enviarlo, según quieran que se consuman, o no, sus odios ajenos.
Debo reconocer que resulta perverso por mi parte escribir éste cínico panfleto pues como todas las cosas tiene una finalidad, que bien podía ser un propósito de año nuevo, y es convencer a los miembros del jurado de que es éste el artículo vencedor. En el caso contrario me temo que las próximas navidades tendré que dedicarles irremediablemente algún insulto de felicitación. Pero no deberían ofenderse. Todo lo contrario, es un halago.
Quien avisa no es traidor, como mucho, un cobarde.
Los Christmas (¿sabían que la época mas feliz del año es otra americanada?), tarjetas de felicitación, ya están pasados de moda. Ahora lo que se lleva son los insultos navideños. Cogan papel y lápiz y combatan conmigo todos esos deseos empalagosos que tienen hacia sus congéneres, se acerca la batalla del turrón, el cara a cara con el polvorón, las doce uvas de rigor (dicen que no hacerlo trae mala suerte, ¿peor?, quién necesita suerte teniendo talento), y por supuesto sus correspondientes doce propósitos de año nuevo, cada vez menos creíbles, irrisorios e inclusive vomitivos. De acuerdo, tal vez me he sobrado en esto último. Para discursitos estoy yo.
A lo que iba, insultos navideños, que son lo mismo que los insultos a lo largo del año pero con cariño, lo que supone que deben ser insultos trabajados, no vale lo primero que le venga a la boca. Dedíquenle a sus seres más queridos una oda a la falta de respeto, un himno a la intermitente educación. El semáforo está en ámbar, aprovechen para poner a parir al vecino, que seguro será tan feliz estas navidades como nosotros lo seremos el año que viene. Deléitense en los pequeños detalles que es donde se encuentra el resquemor. Y una vez hecho el trabajo, cierren el sobre y decidan ustedes mismos si deben enviarlo, según quieran que se consuman, o no, sus odios ajenos.
Debo reconocer que resulta perverso por mi parte escribir éste cínico panfleto pues como todas las cosas tiene una finalidad, que bien podía ser un propósito de año nuevo, y es convencer a los miembros del jurado de que es éste el artículo vencedor. En el caso contrario me temo que las próximas navidades tendré que dedicarles irremediablemente algún insulto de felicitación. Pero no deberían ofenderse. Todo lo contrario, es un halago.
Quien avisa no es traidor, como mucho, un cobarde.
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