domingo, 3 de agosto de 2008

El Perfume (2006)

El fulgor, la sangre y el Perfume



Adaptación del famoso best-seller de Patrick Süskind, que relata la historia de un joven del siglo XVIII con un extraordinario sentido del olfato, una persona obsesionada y dominada por los olores y la sensación que éstos le producen... Jean Baptiste Grenouille nació en mitad del hedor de los restos de pescado de un mercado, y fue abandonado por su madre en la basura. La autoridad se hizo cargo del bebé, que fue de hospicio en hospicio y sentenció a su madre a la horca. El chico creció en un ambiente hostil; nadie le quería, e incluso sus compañeros intentaron asesinarle, y todo porque había algo que lo hacía diferente: no tenía olor. A cambio, Jean Baptiste poseía un olfato excepcional. A los 20 años, después de trabajar en una curtiduría, consigue trabajar para el perfumero Bandini, que le enseña a destilar esencias. Pero él quería atrapar otros olores: el olor del cristal, del cobre... y, sobre todo, el olor de ciertas mujeres.

Ya la novela desprendía una cierta dosis de sugestividad, que bien se traspasa del papel a la pantalla y es por eso que no se puede considerar fallida El perfume, de Tom Tykwer. Sin entrar en comparaciones con la novela, la película indaga en un campo -el de los olores- que no es común al cine, por lo que no tarda en intrigar al espectador al mismo tiempo que lo atrae con un esencial trabajo de ambientación. La magia dura la primera hora, con una narración, si bien no original (porque ya la hemos visto anteriormente en el cine francés), por lo menos admirable. Como todos sus actores, en especial Ben Whishaw, que debuta con un papel protagonista apoyado en Dustin Hoffman durante esa primera hora.

Pasado el ecuador del film, el misterio se desvanece, lo que era un extraño esperimento de artesanía, gustoso en fotografía y para nada convencional deviene en una película que mantiene un interés desigual y se entrega a las reglas del género. Y llega el final, y cuando esperas la tortura del protagonista, la tortura cambia de manos y cambia de ojos. El espectador es torturado y ve como la que iba a ser una referencia del cine europeo postmoderno se convierte en un juguete inacabado, y lo que es peor, un hermoso juguete maltratado. Un final que aquellos a los que no convence el argumento utilizarán como propósito sobre el que escusarse. Un final que para quien disfrutase la historia es un acto de fe y amor ciego.



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