El cristal empañado
Las heridas que cicatrizan. Y las cicatrices. Las miradas que no van a ningún sitio. Y las miradas que abrasan. La de Ricardo Darín. Y la mirada de Ricardo Darín que se pierde en Soledad Villamil. Miradas de cine. Miradas que se pierden y sin embargo quedan grabadas en la pantalla.
A lo largo de su carrera, el guionista y director Juan José Campanella ha ido dando muestras de la maestría que atesora, pero la genialidad de El secreto de sus ojos desdobla la personalidad del cineasta, para encontrarse con Wong Kar-Wai o Park Chan-Wook. Los encuadres, la cámara que persigue y atosiga a la acción, el gusto por el detalle. Porque los esquemas del cine que se rompen con otros esquemas, también saben ser magistrales. El cine que calca una plantilla, y El secreto de sus ojos lo hace, también puede traspasar el papel.
El suspense, el drama, la comedia. El presente, el presente continuo, el pasado. Un guión magnífico no necesita encerrarse en un género. Las líneas de diálogo parecen escupidas con vicio y tango por cada uno de los espléndidos actores que se han comprometido con El secreto de sus ojos.
Y por si fuera poco, Campanella se apunta un último tanto, y nos regala el momento de cine más espectacular y memorable del año, un majestuoso plano-secuencia (necesariamente trucado) que parte desde la luna de Avellaneda para desembocar en una vibrante y eléctrica persecución en el estadio de fútbol del Racing. Piel de gallina. Gallina de boca abierta.