sábado, 8 de febrero de 2014

El lobo de Wall Street (2013)

¡Yo le vendo una estufa a un esquimal!


Diez años en la vida de Jordan Belfort dan para mucho. A Belfort le dio para levantar un imperio, amasar una fortuna bestial, beber, divorciarse de su mujer, fumar, volver a casarse, entrar en la cárcel, y sobre todo, pasárselo en grande. A Scorsese le ha dado para sofocar su instinto irrefrenable por hacer cine glorioso. Un señor de 71 años liberado de prejuicios dando una pirueta mortal de 179 minutos (el metraje más largo que ha estrenado Scorsese en cine).

La película retrata a Jordan Belfort, un broker de bolsa montado en un cohete hacia el éxito que acaba por darse de bruces contra el muro que levanta el tiempo. Martin Scorsese pisa terreno seguro, lo suyo son las historias de ascenso y caída de hombres ambiciosos, adictos a todo lo fumable. El dinero, en lo alto de la lista, por supuesto.

El estilo, el sello del papá de Uno de los nuestros o Casino, está aquí y es inconfundible, pero es en el registro donde Scorsese se ha jugado el tipo. En los momentos de comedia delirante y paródica, es donde El lobo de Wall Street encuentra el conejo de su chistera, la genialidad. En una escena de la película Belfort fuma crack por primera vez junto a su vecino, y en adelante socio, Donnie Azoff. Leonardo DiCaprio y Jonah Hill, respectivamente, están demenciales en este momento con sus alaridos, sus ruiditos, sus chillidos y sus miradas alucinadas. 

Qué placer tan grande produce esta escena, y toda la película. Probablemente habrá quien la deteste: la duración de su metraje desatará algún que otro síndrome de clase turista, y la escalada hedonista de Belfort levantará ampollas entre los amantes de las discusiones ético-morales. Es lo que tienen los saltos mortales, por muy bien que entres en el agua, siempre salpicas. 



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