Con Tim Burton tengo un problema enorme, no soy capaz de distinguir entre lo que me encanta y lo que me irrita de su cine (no tan peculiar como algunos quieren creer). La Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll era una obra sobre la anarquía de la imaginación, y en el film de Burton no hay rastro ni de imaginación, ni de anarquía.
La película se deja ver gracias a la presencia delicada de Mia Wasikowska, una Alicia crecidita, que tiene todo lo que le falta al resto de la adaptación. Wasikowska está elegante, coherente, inteligente y completamente ajena a un film que se le ha ido de las manos a Tim Burton. No hay un pulso narrativo, todos los personajes y la mayoría de las situaciones están desaprovechados. Burton viene para demostrar de nuevo que él es un artista muchísimo más dotado para la grieta que para el campo abierto.
Johnny Depp está horrible, alguien debería decirle que loco no significa, ni por asomo, gilipollas. Claro que con esa peluca naranja y esos ojos verde chillón es imposible estar decente. Su bailecito final es descaradamente patético. Suena todo a parodia, y en el duelo de hermanísimas entre Helena Bonham Carter y Anne Hathaway ninguna pasa del amago de caricatura. Merece la pena, sin embargo, disfrutar con las voces de los tres actores británicos de raza que están detrás del gato, el conejo y la oruga. Son Stephen Fry, Michael Sheen y Alan Rickman.
Burton es un autor que ha tomado la estética como seña de identidad (por encima de la forma y muy por encima del discurso). La estética de Alicia es la misma que se puede disfrutar en cualquier cuadro de Mark Ryden (googléenlo), a lo que hay que sumar el exceso fastuoso de luz y color en vena habitual en el director, al que ya nos acostumbró en Charlie y la Fábrica de Chocolate. De tan irreverente y estúpida que es, resulta imposible tomarse en serio esta adaptación. Y ése es parte de su encanto.
Aunque lo maravilloso de Wonderland siempre fue encontrarse con una Alicia nueva y adulta, y con myself. Pero yo en esta madriguera preferiría no meterme.