sábado, 28 de noviembre de 2009

Luna nueva (2009)

Más crepusculitos


Pese al cambio de dirección de esta segunda parte de Crepúsculo, se mantienen intactos tono, estilo y garra. Y aun no sé si eso es una buena o mala noticia.

El tono sigue siendo vomitivo, porque estos guiones son insalvables. No se ha visto en mucho tiempo tal desprecio a la figura (magnífica) del vampiro. El vampiro es el arquetipo que mejor representa al inadaptado, al diferente. En Luna nueva los vampiros (y con ellos Robert Pattinson, el gran atractivo de este tipo de films) desaparecen del mapa. La familia de Pattinson es sustituida aquí por una manada de licántropos recién salidos del Disney de Narnia, entre los que se encuentra Taylor Lautner, un actor bastante limitadito.

Nuestra protagonista Bella estrena en Luna nueva mayoría de edad, completamente ajena al morbo de que le pueda desvirgar un hombre que lleva cien años muerto o un hombre lobo de dos (x2) metros. Es el mismo agujero que tenía la primera parte. Es una película de vampiros, hombres lobo y adolescentes. Y qué poco sórdida es. Crepúsculo va camino de convertirse en la saga más pudorosa o más casta de lo que va de siglo. No tiene garra. Y en las líneas de diálogo ya no entro. Merecen un estudio sociológico aparte.

Pero el estilo de Chris Weitz y su equipo técnico está lejos de ser pobre. Cuida su puesta en escena. La banda sonora de Alexandre Desplat (compositor de El curioso caso de Benjamin Button) es interesantísima. Y el trabajo enorme del director de fotografía Javier Aguirresarobe consigue una luz grisácea y un tratamiento de los colores insólito para una producción de esta talla.

Si lo mismo no es tan difícil y el único problema que tiene Bella con sus pretendientes es el miedo al compromiso. Por favor, déjen de hablar de inmortalidad.



jueves, 12 de noviembre de 2009

Celda 211 (2009)

Una buena calada de cine español


Con una escena muda, que te roba las palabras, construida exclusivamente a base de planos detalle y un mismo primer plano, arranca Celda 211, cuarta película de Daniel Monzón, antes crítico de cine, ahora realizador. Es un comienzo difícil, duro y seco, y pone un listón enorme que el resto del metraje aguanta estoico. El trabajo de Michael Mann está dando sus frutos, Monzón rueda como el realizador de Collateral.

El día en que comienza a trabajar en su nuevo destino (Zamora, ojito) como funcionario de prisiones, Juan se ve atrapado en un motín carcelario. Haciéndose pasar por un preso más, luchará para salvar su vida e intentar dar fin a la revuelta. No deberíamos conocer más de su argumento, quizá hasta ésto ya sea demasiado. Se trata de una insurrección, y como tal, puede interpretarse como un hachazo a la política, pero sus referencias no son en absoluto explícitas, Celda 211 rechaza (o bordea) lo obvio.

No subraya sus ideas. Cuando alguien tiene algo que contar lo cuenta. Y ya está. Sin rodeos. No tiene bajones de ritmo. No hay ningún momento en que se venga abajo y toda la película mantiene una misma intensidad dramática, portentosa, desde su arrollador arranque hasta que Monzón echa el cierre. Por el camino hay más de un clímax, y uno de ellos, el más emotivo de todos, se disfruta con una tensión irrespirable.

Evidentemente ésta es una película que depende de las voces que se pongan en la piel de sus personajes. Aunque el notable Luis Tosar acapare los grandes elogios, todos los intérpretes están magníficos sin excepción. Vamos sumando y el resultado es sobresaliente. Una calada profunda y punzante de buen cine español. O de cine a secas.



El hilo invisible (2017)

Para el chico hambriento El artista como loco déspota, la moda como vehículo de apariencias y el amor como enfermedad. ‘Phantom Th...