jueves, 22 de enero de 2009

El Intercambio (2008)

El arte de ser correcto

Los Angeles, año 1928. Christine Collins (Angelina Jolie) es una madre que recupera a su hijo, al que habían secuestrado meses antes. Pero en la locura del muy fotografiado reencuentro, comienza a sospechar que el niño que le han entregado no es su hijo. A pesar de unas fuerzas del orden corruptas y de una opinión pública más que escéptica, intenta dilucidar el misterio cueste lo que cueste. Tachada de loca e incapacitada, por fin encuentra un aliado en el reverendo Briegleb (John Malkovich), que la ayudará en su búsqueda...

Antes de comenzar, El Intercambio jura en blanco sobre negro que todo lo que vamos a ver a continuación está basado en hechos reales. Sin ese tipo de explicación no comprenderíamos como Clint Eastwood, probablemente el director con la carrera más envidiable de los que aún se encuentran en activo, ha escogido este argumento -ideal para un telefilm de sobremesa- y le ha dedicado tanta atención, y lo ha mimado con tanto cariño. En manos de cualquier otro cineasta con menos recursos (por supuesto no sólo hablo de talento) El Intercambio sería un estrepitoso coñazo.

A este drama -o thriller, o lo que sea- le falta el aliento de la cotidianeidad, porque es eso lo que en el fondo aviva una película y hace creíbles y cercanos sus personajes. Eastwood, consciente de haber entrado en el círculo de los grandes maestros intocables de Hollywood, no se arriesga en su última película. El director de títulos míticos como Sin Perdón no se moja ni una gota y deja que su afamado clasicismo nutra el film y que una interpretación notable de Angelina Jolie lleve el rumbo de la película. Pero Angelina no hace milagros y en cada secuencia parece recordarnos que lo suyo es una actuación (buena, sí) pero siempre actuación.

Conclusión, una película bien interpretada y mejor dirigida, que de tan correcta se hace tediosa.


martes, 6 de enero de 2009

Camino (2008)

En el nombre del padre... y de la hija


Desconozco si saber cómo acaba una historia reduce la emoción que produce alcanzar el fin del relato (por falta de sorpresa), o si por el contrario la multiplica (no por esperado es menos atronador un desenlace ya digerido). Lo que tengo claro es que conocer como muere el relato sí modifica al menos el modo de contar una historia. En Camino conocemos el trágico final porque, además la polémica levantada, la primera escena es toda una declaración de las implicaciones del film y de su director.

Hasta ayer Javier Fesser era un director casi anecdótico con películas como El Milagro de P. Tinto o Mortadelo y Filemón, y hoy es todo un protagonista. Camino es un salto arriesgado y valiente en la carrera de Fesser, un nuevo rumbo voluminoso que se mueve entre varios géneros, con matices de comedia, de terror, de cine surrealista, pero con fondo de drama, con alma de tragedia.

La polvareda que levanta Camino por donde va, se debe a la etiqueta que le han puesto de film polémico que arremete –no es para tanto- contra el Opus Dei. La crítica es la ridiculización del fanatismo religioso, no así para una organización de por sí fanática y sectaria en sus métodos.



Es admirable la pericia del director para el desglose de la narración de forma que el ritmo no decaiga en ningún momento de su extenso metraje. No es sensiblera, no hay crescendo final, ni escena donde caer rendido. Camino no busca la lágrima fácil, pero la encuentra. Si el guión flojea en alguna parte, lo hace en la caricaturización de algunos personajes, me vienen a la cabeza los curas y sobretodo la madre, que no se baja de la burra más que en una escena, el reencuentro con su marido.


Y ahí es donde el vuelo de la película se levanta más hermoso y emotivo que nunca, en la relación entre Camino y el padre de la criatura. Dos actores te acongojan, dos actores se llevan los aplausos. Mariano Venancio está grandísimo en cada gesto, en cada mirada, en cada frase. Luego está la cría. Nerea es maravillosa.

Lo peor: Cierto infantilismo (con matices) en algunos tramos, especialmente en las secuencias de sueños y pesadillas.

Lo mejor: El talento de Fesser para combinar las escenas más acarameladas con un cine aterrador, brutal y desgarrador, sin perder por ello la emotividad que merecía la película.

Cuando una película de la que ya conocemos el final sorprende en cada escena, se arriesga en cada decisión y emociona allí donde muere el relato, creo yo que bien merece el calificativo de extraordinaria.


El hilo invisible (2017)

Para el chico hambriento El artista como loco déspota, la moda como vehículo de apariencias y el amor como enfermedad. ‘Phantom Th...