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viernes, 22 de enero de 2010

Kill Bill vol.1 (2003)

Volumen 1


Si se trata de mitificar a un personaje y a una actriz pues Quentin Tarantino mete a su musa Uma Thurman a icono pop (no de rara belleza, sino de atractiva fealdad) repartiendo venganza a chorros, de sangre. 'La Novia' tiene un nombre, pero lo desconocemos. Del mismo modo que tiene un pasado pero nos es irrelevante. Conocemos (una parte de) su punto de inflexión. Conocemos (una parte de) su nueva formación. Y conocemos (una parte de) su venganza.

Tarantino narra su historia a partes. Por eso, entendida como narración no habrá dos películas Kill Bill, habrá sólo una, o cientos de ellas. Fragmentación del discurso. Por eso este volumen 1 es la miel en los labios que nos deja esperando con ansia su par, no por continuación de la historia –que también– sino por enriquecimiento de la primera obra, que se antoja incompleta.

Al ser incompleta dejará insatisfecho a buena parte de la grada, menos a aquellos que pensamos que Tarantino es mejor (aún/incluso) director que guionista. Para nosotros, Kill Bill vol.1 será un lúdico ejercicio de estilo, parcialmente placentero, que recorre a modo de montaña rusa la cabezota de Quentin Tarantino.

Un realizador superdotado (pese a su afición al corta y pega) que en este primer volumen funciona como arquitecto cinematográfico, montando la estructura de la que partirá en el volumen 2 y dejando volar la cámara a un par de planos cenitales que nos permiten acceder a las entrañas de su planificación de la escena. Porque sí, este primer volumen es un cuerpo vacío y hueco, mero formalismo, que incluye momentos maravillosos como la pelea final (en el patio nevado de atrás) entre 'La Novia' y O-Ren, uno de los encuentros más violentos y hermosos del cine pop-moderno.




Pd. Este artículo está plagado de paréntesis a la manera en que el director de Pulp Fiction introduce el inciso. Sirva de ejemplo en el film que nos ocupa el inserto de un corto de animación manga que devoramos con ojos como platos, y que encaja milagrosamente en este fantástico puzzle.


martes, 29 de septiembre de 2009

Malditos Bastardos (2009)

La tiranía de los hombres malos

Iba yo con recelo a ver lo nuevo de Tarantino, con el distanciamiento necesario con el que hay que cargar cuando estás ante un autor que arrastra tantísima expectación, convertido ya en fenómeno cultural masivo. Pero no sólo por eso, también porque dijo Quentin que en esta película había rodado su mejor escena y escrito su mejor personaje. Me sonaba a promoción, a escusa. Y cuando alguien empieza a justificar su trabajo antes de ser atacado, pintan bastos.

Falsa alarma. No sé si se refería al personaje del coronel nazi Hans Landa (magnífico Christoph Waltz) o a la escena brutal que abarca todo el primer capítulo. De ser así, en ambos casos habría que darle la razón al director de Pulp Fiction. Tanto el personaje como la escena se encuentran entre lo mejor escrito (e interpretado), rodado (y planificado) de la carrera de Tarantino. Christoph Waltz está memorable en la piel del corondel Landa, va y viene, sube y baja, cambia de tono y cambia de registro. Y el festival de Cannes se lo supo recompensar.

Malditos Bastardos tiene una vocación de serie que se atisba en los cinco capítulos en los que se divide. El primero de ellos es excelente: el empleo de la música, el duelo de medios planos, primeros planos e inserto de varios planos detalle, ese modo de revelar la información en el momento más oportuno, multiplicando los efectos dramáticos de la escena (un travelling desciende hasta mostrar la familia que se esconde bajo el suelo). Está orquestado como si de un western se tratara y podría venir firmado por Sergio Leone.

Los otros cuatro capítulos merecían más atención, más metraje. Aún así, todos contienen la virtud más preciada de Tarantino, sus ágiles diálogos. Es un guionista terriblemente inspirado, y consciente de ello, sustenta la película en unos largos textos que parten de la carcajada para ir acumulando progresivamente la tensión (a ello contribuye, en parte el conflicto entre idiomas, en parte la habilidad de Christoph Waltz).

No todo son aciertos. No me convence Brad Pitt y su careto de chulo impostado. Y el personaje de la guapísima Diane Kruger queda desaprovechado. Malditos Bastardos funciona de maravilla en sus momentos de lirismo. 

No obstante, nos quedamos con la sensación (qué gustazo) de que Tarantino se divierte como nadie haciendo cine como muy pocos. Para quitarse el sombrero.


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Para el chico hambriento El artista como loco déspota, la moda como vehículo de apariencias y el amor como enfermedad. ‘Phantom Th...