lunes, 23 de marzo de 2009

Los abrazos rotos (2009)

Carta abierta al retrotributo

Qué importante es para un autor haber alcanzado el pleno dominio de cualquier lenguaje expresivo, más aún si es el específico de su materia, para que cada nueva obra que estrena sea considerada un paso adelante, aunque la misma se encuentre estancada en vicios del pasado.

Es el caso de Pedro Almodóvar, cuyo cine tiene techo en Todo sobre mi madre (con continuidad en Hable con ella y en Volver) y así supera la categoría de cine de autor para merecer el apodo de maestro. Por eso, ver La mala educación en pleno éxtasis huracanado era fascinantemente provocador. Con Los abrazos rotos Almodóvar baja de nuevo al escalón de La mala educación y su complejo entramado de personajes en el tiempo.

Que todo responda a lo auto-referencial explica el tono dramático (en ocasiones trascendental) del que uno hace gala cuando se trata de hablar de sí mismo. Y es ésto último lo que podría hacer de Los abrazos rotos un producto cargante y cansino, de no ser porque el director manchego se mueve ya en otra esfera, la de la genialidad domada, y desde ahí arriba (casi) todo parece intocable.

Intocable en su labor como director de actores, al menos en el caso de los cuatro protagonistas. Lluís Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez y Penélope Cruz, convertida en actriz fetiche del director, su Sofía, su Claudia, su Marilyn, su Audrey.

El protagonista de Los abrazos rotos es precisamente un director de cine que se prepara para reestrenar su particular Mujeres al borde de un ataque de nervios, una comedia en el peor momento de su carrera. Ha perdido todo cuanto amaba. Su vista. Su amante. Su actriz. Cuando las tres probablemente eran una misma persona.

Como acostumbra, la puesta en escena es magistral y nos regala un par secuencias memorables, a elegir, entre la revelación de una infidelidad a través de la lectora de labios, los encuentros apasionados entre Penélope y Homar, o la forzada agitación sexual bajo sábanas blancas que ya quisiera para sí el mejor Rossellini.



Dice Almodóvar que su décimoséptima película es la más compleja de todas y un homenaje a su amor por el cine. Aunque probablemente ésta sea su oda al amor ciego a una actriz, Penélope, con la que se identifica, y con la que está encantado de identificarse.

Lo peor: La resolución del conflicto argumental, invadido por un flojo melodrama, y los chirriantes personajes (y actores) más jóvenes.

Lo mejor: Todos los apartados técnicos, música del compositor Alberto Iglesias incluida. Y el pulso de Almodóvar en la presentación y exposición de espacios, tiempos, personajes y géneros.



viernes, 6 de marzo de 2009

Gran Torino (2008)

Gran Eastwood, un reserva en su género


Walt Kowalski (Clint Eastwood) es un veterano de la Guerra de Corea, trabajador jubilado del sector del automóvil, racista y resentido, que vive encerrado en su mundo desde que enviudó. Su máxima pasión es cuidar de su más preciado tesoro: un coche Gran Torino de 1972. Sus vecinos de siempre han muerto o se han mudado, siendo sustituidos por inmigrantes latinos, afroamericanos y asiáticos. Las pandillas callejeras presionan a Thao, un joven de origen oriental, para que robe el Gran Torino de Walt, pero el viejo lo impide. En agradecimiento, la madre de Thao manda a su hijo a trabajar para Kowalski y juntos intentarán arreglar el barrio.

Las últimas películas de Clint Eastwood nos han hablado de forma cándida y reflexiva sobre la muerte. Tal vez el director de Million Dollar Baby se haya puesto a buscar un fin de fiesta, un cierre comprometido, una despedida a lo grande al cine que él tanto ama.

Walt Kowalski, gruñe en su casa, sólo le aguanta su perrilla, tiene siempre un rifle a mano, pero no va a vengarse de nadie, asume que su tiempo ya pasó y en una escena magnífica (una de las más determinantes de todo el cine del director), se lanza furioso e impotente a un sillón en la penumbra de su salón. Desconozco cuánto mérito de sus películas (todas, más que buenas) es atribuible al Eastwood director, pero sí sé que delante de la cámara funciona como auténtico imán y su sello perdurable me impide reconocer si se trata de un buen actor o simplemente tiene la atracción de icono mítico que merece. Simplemente cuando Eastwood no está, la película pierde gas.


Gran Torino sólo nos trae buenas noticias. Tiene el aroma de una última y definitiva lección magistral, pero a la vez nos descubre a su director en plena forma y con ganas de más, de hecho ya tiene algún que otro proyecto entre manos. Por lo que pueda pasar, Eastwood ya nos ha dejado su legado, y éste responde con la misma solvencia a las inquietudes del veterano actor que a las de una sociedad en constante proceso de regeneración.


El hilo invisible (2017)

Para el chico hambriento El artista como loco déspota, la moda como vehículo de apariencias y el amor como enfermedad. ‘Phantom Th...