Un beso, una azotea, un anillo
James Gray ha alcanzado en su cuarta película la depuración de un estilo, el de una cámara en apariencia tímida, pero firme y segura. Aunque más allá de (o precisamente gracias a) la elegante y excelente dirección de James Gray, Two Lovers es una película sorprendentemente concisa sobre la idea de un hombre que conoce a dos mujeres, se enamora de ambas, pero solo puede demostrárselo a una. Una historia poco original digna de cualquier folletín del montón, que cobra en manos del director James Gray (un cruce ansiado entre Francis Ford Coppola y Woody Allen) una carga adicional de complejidad emocional. Un director brillante siempre en la creación de ambientes melancólicos, fatalistas, negros.
En el último acto de Two Lovers, Michelle surge como una sombra a través de un oscuro pasadizo, a la manera en que podría haberse descubierto la Madeleine de Vértigo, y enfrenta a Leonard con su mayor temor. Michelle es la mujer que él desea y, a su vez, un imposible, la mujer con la que no tiene ninguna posibilidad de futuro. Es decir, Leonard se enfrenta a la ausencia de deseo. Un drama romántico intimista ajeno a las preocupaciones de su tiempo. O lo que es lo mismo, atemporal.
Es un film envolvente, resuelto con sobriedad y que va creciendo lentamente bajo una extraña tranquilidad.
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