Proeza visual
Hay algo emocionante en ver una cosa por primera vez, en descubrirla. Los primeros minutos de esta película (no pocos) están rodados sin un solo corte y con la cámara flotante en constante movimiento de Emmanuel Lubezki. Ya pudimos disfrutar de este efecto en El árbol de la vida, pero aquí adquiere un nuevo sentido al imaginar la cámara en un espacio (ficticio) de gravedad cero.
Alfonso Cuarón, máximo responsable de la película, podía haber convertido Gravity en un ejercicio radical, museístico o circense (táchese lo que peor suene), prolongando esta toma sin cortes hasta los créditos finales. En esa película paralela soñada, viviríamos la experiencia de Ryan Stone, una ingeniera en su primera misión espacial, y Matt Kowalsky, un veterano astronauta, ambos trabajando desde el telescopio espacial Hubble en un día normal y rutinario. Simple.
Sin embargo, volvemos al film de Cuarón, la exigencia comercial exige que la película sea rentable en taquilla (esto es comprensible pues el dinero invertido, 100 millones de dólares, es mucho, y hay que recuperarlo) y lógicamente Gravity debe amoldarse a las reglas que mejor funcionan para la gran mayoría del público que acude a las salas. Esto obliga a Cuarón a cortar la toma y a someter a su protagonista a una yincana de desgracias e infortunios totalmente inverosímil.
Muchas de las tomas de esta película exploran lugares nunca antes visitados en el cine. Gravity tiene todo el derecho del mundo a ser sencillamente un espectáculo visual, el problema viene cuando Cuarón nos lleva con frecuencia a primeros planos prolongados de los actores e incluso a cámaras subjetivas. El cineasta ha emprendido una búsqueda de emociones humanas como el desamparo, la soledad o el miedo, y eso es algo que no encuentro por ninguna parte. Ha fracasado en ese empeño. Quizá porque me cuesta pensar en dos actores que chirríen más que Sandra Bullock y George Clooney en los papeles principales. El resultado es que nada me conecta humanamente a Gravity.
Sin embargo, volvemos al film de Cuarón, la exigencia comercial exige que la película sea rentable en taquilla (esto es comprensible pues el dinero invertido, 100 millones de dólares, es mucho, y hay que recuperarlo) y lógicamente Gravity debe amoldarse a las reglas que mejor funcionan para la gran mayoría del público que acude a las salas. Esto obliga a Cuarón a cortar la toma y a someter a su protagonista a una yincana de desgracias e infortunios totalmente inverosímil.
Muchas de las tomas de esta película exploran lugares nunca antes visitados en el cine. Gravity tiene todo el derecho del mundo a ser sencillamente un espectáculo visual, el problema viene cuando Cuarón nos lleva con frecuencia a primeros planos prolongados de los actores e incluso a cámaras subjetivas. El cineasta ha emprendido una búsqueda de emociones humanas como el desamparo, la soledad o el miedo, y eso es algo que no encuentro por ninguna parte. Ha fracasado en ese empeño. Quizá porque me cuesta pensar en dos actores que chirríen más que Sandra Bullock y George Clooney en los papeles principales. El resultado es que nada me conecta humanamente a Gravity.
Es una lástima que Cuarón haya atado la emoción de Gravity exclusivamente a su proeza visual. Los que amamos el cine sabemos que éste es un paso fundamental para maravillarnos en futuras noches, sí, pero estábamos impacientes porque Gravity nos desbaratase algo más que las retinas. Queríamos que nos alborotase el cuerpo entero. Y eso, desgraciadamente, no lo ha hecho.