Mira mamá, ¡sin manos!
Si te gustó Drive, olvídate de ella. Esto es otra
cosa. Sólo Dios perdona es
fascinante, sensual y muy bestia. A su lado, Drive parece un rebaño de cabras cruzando la carretera. En su sencillez –la trama es simple y
nada inteligente– encuentra algo abstracto. Un remanso de sosiego,
espiritualidad y misticismo. Un ritual de cine misterioso y onírico que por
momentos toca con la punta de los dedos a Lynch. La crítica española ha sido
muy tiesa con la nueva película de Winding Refn.
Se ha dicho de ella
que está vacía de significado y hueca de sentido. Lo que ocurre es que es una
obra autoconsciente de saberse maldita, prefabricada. Es decir, es una falsa
obra maldita. Lo que no quiere decir que sea mala. Por ese camino ha perdido
parte de su encanto, cierto, pero su contundencia se mantiene intacta. Es
enfermiza y bellísima, no paga peajes para contentar a ningún espectador,
probablemente porque Ryan Gosling ya garantiza un resultado notable en
taquilla.
Hace años que me
propuse defender y vocear el cine que no entiende de esquemas ni de actos, que
no sigue patrones ni reglas, que no lee manuales de realización. Viendo y
escuchando Sólo Dios perdona entras
en un mundo en el que no puedes apostar qué viene a continuación, un mundo en
el que no puedes adivinar por dónde vendrá el final. Refn cultiva la sorpresa y
le ha salido una película única y mágica.
Ryan Gosling
poniendo cara de Ryan Gosling, música de sintetizadores, luces de neón,
decorados kitsch, un trabajo de
iluminación maravilloso (Kubrick, ¡principiante!), las calles de Bangkok…, ésta
es una gran película. Como la mezcla Cedric Gervais & Lana del Rey en Summertime Sadness. Exótica, bakala y solemne.
1 comentario:
Pues a mí me has convencido.
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