¿En serio vamos a hablar de esta película?
¿En serio? ¿Ahora? Sí, vamos a hablar de Ocho apellidos vascos. Y además vamos a suponer que nadie sabe que existe esta película.
Cuando haces una película sobre un tío y una tía que se llevan a rabiar hasta que acaban por enamorarse sabes que no estás inventando el cine. Cuando haces una película sobre estereotipos vascos y andaluces con Dani Rovira y Clara Lago de protagonistas sabes que no tienes ni idea de lo que va a ser de tu carrera después de esto.
Así que decides contratar a Carmen Machi y Karra Elejalde por aquello de salvar los muebles. Pero llega un momento en que es demasiado tarde y te das cuenta de que Elejalde no está ahí para salvar los muebles sino para achicar agua como un Dios, que Rovira ya no es Dani Rovira sino Dani Rovira (léase con aspaviento de grandeza), y que los chistes malos solo son malos si piensas que son malos.
Pero entonces, ¿Ocho apellidos vascos es un peliculón? ¡Qué preguntas haces! Pues por supuesto que no. A no ser que por peliculón entiendas una película que funciona a la perfección, con la que te ríes un rato y en la que no sobra nada. En ese caso, sí es un peliculón.
Que el acento vasco es muy gracioso tampoco lo vamos a descubrir ahora. Pero si me preguntas a mí, te diré que lo mismo da uno de Sevilla que uno de Bilbao, que donde de verdad se juegan las grandes batallas es cuando se juntan yerno y suegro. Y si te apellidas Clemente... pues hombre, ayuda.