sábado, 23 de febrero de 2008

Sweeney Todd (2007)

De navajas y otros efectos personales



Es posible que los seguidores acérrimos de Burton, apasionados por el negro y sus oscuras variantes (nunca grisáceas), que llevan con orgullo el apelativo de góticos aun sigan frotándose los ojos al rememorar ésa pequeña obra capital, que supone la cumbre del estilo del autor (pero no del cineasta), aquel cuento navideño, con motivos claroscuros, Eduardo Manostijeras. Sin embargo la carrera de Burton y su actor fetiche, un entregado Johnny Depp, ha tomado otros caminos siempre reseñables, un homenaje a la historia del cine en forma de Ed Wood, o la aproximación a la novela Romántica de Washington Irving Sleepy Hollow. Incluso Burton en solitario se atrevió con la fantasiosa, y fantástica, Big Fish.



Unos años después, el desmesurado y desaliñado Tim Burton regresa a las carteleras, vengativo (el propio cineasta afirma encontrarse resentido de su infancia), con sed de sangre, parece que aun conserva la de Sleepy Hollow, y con alguna canita de más. A la ya mítica pareja Burton-Depp se une la no menos desmerecedora Helena Bonham Carter (mujer del director); todos ellos muestran en Sweeney Todd su gozosa faceta musical. La historia, la adaptación de Broadway a la gran pantalla, se luce en la forma.






Lo peor es sin duda el peinado de Johnny Depp, éste debe ser el año de los peinados más irreverentes, primero Bardem en No Country for Old Men y ahora el barbero reivindicativo. ¿Qué reivindica? La recuperación de las formas del musical clásico y el Romanticismo del XIX. Y ahí es donde viene lo mejor, los números musicales, algunos pasajes prodigiosos a ritmo de Pretty Women, Epiphany, Not While I'm Around, Johanna... todos ellos, melódicamente impecables. En los últimos años solo Disney ha conseguido crear musicales a la altura de la última joya de Burton. Su referente más cercano, la oscura El Jorobado de Notre Dame. El espectáculo es tan masivamente gratificante que arranca el aplauso final.

En definitiva, Sweeney Todd no desmerece a ninguno de los anteriores trabajos de una pareja de cine de inconformistas neogóticos, que se adivina mítica, indisoluble, cuanto menos memorable.



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