lunes, 8 de diciembre de 2008

The Village (2004)

Ensayo sobre la inocencia


Quien se encargó de traducir The Village al español por El bosque tiene poco futuro en su trabajo. Cualquiera con un diccionario a mano entiende por village pueblo o aldea. Pero claro, los responsables aludirán una estrategia de marketing vendiendo su "bosque" como un tenebroso y escalofriante film de terror paranormal en la línea del exitoso El Sexto Sentido. Error grueso en la elección del género que no beneficia en nada la reputación del director Night Shyamalan como director de culto, una campaña de publicidad que además intenta encasillar en el género de terror a uno de los cineastas con más recursos y proyección del cine norteamericano. Sirve así estupendamente la dilogía formada por The Village (la película concebida por el autor en su versión original) y El bosque (la película manipulada que llega a nuestros cines, ensuciada), para representar los dos tipos de reacciones que provoca.

Hay quienes aún se esfuerzan en decir que es una película de terror. Pues es el terror más hermoso y cautivador que he podido ver en la oscuridad de la sala de cine. Muchos hablan de decepción. No me extraña, ya que la engañosa publicidad y un pésimo doblaje impiden disfrutar enteramente de una rara pieza de artesanía, deleitarse con su sonido ambiente, con su bella y enigmática banda sonora, con las voces originales de todos sus excelsos intérpretes (se nota que la mayoría proceden del teatro), cómo ríen, cómo lloran, cómo suspiran. El trío actoral protagonista está insuperable: gracias a la eficacia de Joaquin Phoenix, el rigor interpretativo de Adrien Brody y la portentosa irrupción de Bryce Dallas Horward (es como para contener la respiración).

A nivel visual el prodigio estético es tan notable que la fotografía del señor Roger Deakins enamora desde el primer minuto. Sin embargo, y a pesar de todas las virtudes ya citadas, en The Village lo que lleva al delirio es su maravilloso guión y un conmovedor romanticismo. Vamos ya por tanto a desgranar las claves de ese guión que intentaré no profanar.


Indaga Shyamalan en la naturaleza de dos cosas tan manidas, tan vapuleadas como el miedo y la violencia. Los habitantes de esta manada recurren al miedo para preservar la inocencia de sus crías, inspirar en ellas la bondad y la compasión como pauta de comportamiento, y erradicar el mal y la violencia. Pero el cineasta de origen hindú, que no es tonto, sabe que el mal es inherente al hombre e indisoluble del bien. Es curioso que la película con el lenguaje más educado, puritano, con menos referencias sexuales o agresivas estrenada este año sea, a su vez, la que ofrezca una visión más oscura del hombre.

Shyamalan lo disfraza de locura, pero es el amor lo que lleva a uno de los habitantes de su aldea a cometer un atroz crimen (tres planos para la puñalada mejor filmada) que rompe la calma y desestabiliza los cimientos que tenían esos señores para instalarse en ese pueblo rodeados por un bosque cuyas criaturas no son más peligrosas que ellos mismos. La mentira que cuentan los mayores de la aldea acerca del bosque no es muy distinta de la que nos contaron los padres, o aquellos cuentos (que creíamos infantiles) de los hermanos Grimm o de Hans Christensen Anderson, o incluso las películas de Disney. Historias todas en las que el miedo era el motor del morbo y que nos enseñaban que hay lugares en los que mejor no estar, personas a las que es preferible no conocer, y cosas que no hace falta probar.


La interpretación de una obra saca a relucir el intelectual que todos llevamos dentro (algunos mal alimentado) pero cuando una película adquiere diferentes lecturas con cada visionado, hace sonrojar hasta al más lúcido de los espectadores para dibujarle esa estúpida sonrisa de presenciar algo único, algo vivo. Hasta ahora las películas del señor Shyamalan presumían de una calidad excelente, pero su The Village está tan viva como nosotros, y por eso mismo, porque acaba de nacer, despierta tanta polémica como admiración, que es encanto en definitiva. Y a medida que crezca como obra, a medida que pase el tiempo sobre ella será reconocida como lo que es. Una indiscutible, aunque extraña, absoluta obra maestra.


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