Partiendo de nada
Siempre y cuando no juguemos a conjugar el verbo, la palabra nada es una contradicción en sí misma. Gus Van Sant filma Gerry en largos planos travelling y con la abstracción de una página en blanco como bandera. Decir que éste supone un nuevo comienzo para partir desde la nada, sería una incongruencia, pero todos deberíamos entender que la nada es una vuelta a la base, a la raíz.
Dos protagonistas (Casey Affleck y Matt Damon improvisan los escasísimos diálogos) deambulando en un paraíso sin escapatoria, en un comienzo pretenden alcanzar el lugar al que llaman la cima, hasta que deciden desviarse del camino marcado y toman un camino por trazar, que no entiende de sentidos o direcciones. Para cuando se den cuenta de que ese nuevo camino no conduce a la cima ya será tarde. No hay manera de volver. Con ese escenario Van Sant plantea muy vagamente la idea del desdoblamiento de personalidad y de encontrarse a sí mismo en una situación al límite.
Traducir el lenguaje hipnótico de Béla Tarr o Andréi Tarkovsky al cine norteamericano comercial de comienzos del siglo XXI se convierte en Gerry en la empresa más arriesgada en la que se puede embarcar un realizador a estas alturas de la película. Y a su vez da una nueva dimensión al remake de Psicosis que Van Sant filmó (calcado plano a plano) cuatro años antes.
Nadie va a engañar a nadie, son 103 min. de un ejercicio sin mayor pretensión narrativa o de entretenimiento que el propio espectáculo de la experimentación con los elementos básicos que forman esa cosa tan fuera de moda que llamamos cine. Ya desde el mismo arranque, Gerry se despierta con una necesidad contemplativa, con una cámara hipnótica que persigue a un viejo coche. Lo que viene después serán sombras perfiladas sobre un desierto blanco y el sonido de los protagonistas jadeando.
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