Un acto de fe
Ya son cinco los años que lleva el director mexicano Alfonso Cuarón sin dirigir una película. Su última producción se estrenó en 2006 bajo el nombre de Hijos de los hombres. Un film muy interesante que sin embargo no tuvo todo el éxito que mereció, a pesar de venir firmada por un realizador de alto prestigio entre la crítica y a pesar de estar rodada en inglés y con un reparto de actores reconocidos.
La premisa argumental de Hijos de los hombres no puede ser más jugosa. Año 2027. Un Londres futurista y apocalíptico, tenebroso. El film arranca con la noticia del asesinato de la persona más joven del mundo, un joven de 18 años. La especie humana ha perdido su capacidad de procreación y la infertilidad se ha extendido a toda la población. Durante casi dos décadas no ha nacido un solo niño. Las grandes ciudades han sido todas saqueadas y Londres queda como último bastión civilizado. Bueno, civilizado por decir algo.
Este futuro aterrador queda reflejado bajo un diseño de producción y de ambientación alucinante que (y aquí viene una de las claves del discurso del film) nos es terriblemente cercano. Al igual que hacía Blade Runner, Hijos de los hombres utiliza el género de la ciencia ficción para echarnos en cara una triste realidad. ¿De verdad estamos tan lejos de convertir este planeta en un vertedero sin ningún tipo de esperanza para las próximas generaciones?
Se le puede achacar al discurso de esta película un tono victimista o catastrofista, pero ahí es donde entra la decisión acertadísima de Cuarón de filmar Hijos de los hombres siempre bajo el prisma del realismo formal. Secundado por el trabajo de un magnífico director de fotografía como es Emmanuel Lubezki, Cuarón rueda casi toda la película con cámara al hombro. Con enormes y extensos planos secuencia (dos de ellos especialmente memorables) que agilizan el relato. Y sin un solo truco de transiciones: sin fundidos, las tomas van encajadas por corte directo.
Tras la premisa argumental se sacrifica la ciencia ficción para entrar de lleno en un film de acción. El protagonista es Theo (el siempre cínico Clive Owen, aquí ajustado y muy convincente), un hombre que debe acompañar hasta el mismísimo corazón del infierno a una joven refugiada que milagrosamente ha quedado embarazada.
Y convertir una imagen que con suerte nos será cotidiana (como lo es la imagen de una mujer embarazada) en un extraño y emocionante milagro, es un auténtico prodigio.