El entierro de la sardina
Vista con una cierta perspectiva la primera parte de Las Reliquias de la Muerte no fue más que un oasis de placer en medio de cientos de minutos de cine desnatado de gran presupuesto dirigido a una audiencia enorme y muy definida.
Al contrario que las dos primeras películas de Chris Columbus (dos películas de aventuras para toda la familia), a medida que Potter y sus colegas de instituto van cumpliendo años, sus películas cada vez están diseñadas con más mala leche para el no iniciado. Entendamos por no iniciado a todo aquel que no se haya empollado los siete tomos de Rowling y no se sepa de carrerilla la alineación entera del equipo de Quidditch como quien recita el once del Racing de Santander.
Al contrario que las dos primeras películas de Chris Columbus (dos películas de aventuras para toda la familia), a medida que Potter y sus colegas de instituto van cumpliendo años, sus películas cada vez están diseñadas con más mala leche para el no iniciado. Entendamos por no iniciado a todo aquel que no se haya empollado los siete tomos de Rowling y no se sepa de carrerilla la alineación entera del equipo de Quidditch como quien recita el once del Racing de Santander.
La franquicia Harry Potter se despide con más ruido que nueces. Esta última entrega despliega su baraja de cartas de la manera más generosa posible, sin reparar en gastos, pero con un abandono ya absoluto de cualquier tipo de humor desmitificador. La historia entra a saco en una épica del Bien contra el Mal (personificada en el esperado enfrentamiento definitivo entre Potter y Voldemort) tan desmesurada, tan lejos de sus posibilidades, que no logra esquivar lo ridículo.
Con todo, lo más inteligente era sacar la artillería fuerte. Era el momento de ceder el protagonismo al Severus Snape de Alan Rickman, el mejor personaje y el mejor actor que ha pisado Hogwarts. Rickman tiene toda la personalidad, el carisma, el misterio, la magia, la intensidad que no ha sabido encontrar Daniel Radcliffe en Potter.
Siguiendo con las comparaciones. David Yates no es Peter Jackson, y la sombra de Tolkien le queda demasiado grande a J. K. Rowling. Ya somos todos muy mayorcitos y un chaval que corre en chándal varita en mano no está para salvar al mundo.
Lo confieso. No he leído las novelas. Ni falta que hace. El buen cine sabe defenderse solito. El film de David Yates tiene pasajes espectaculares, nadie puede negarlo, pero es incapaz de encontrar el tono adecuado.
Lo confieso. No he leído las novelas. Ni falta que hace. El buen cine sabe defenderse solito. El film de David Yates tiene pasajes espectaculares, nadie puede negarlo, pero es incapaz de encontrar el tono adecuado.
Para entendernos. El look de tragedia apocalíptica no le sienta bien a una historia que comenzó (no lo olvidemos) en una estación de tren con una lechuza y tres críos estrenando zapatos nuevos. ¿Quién no daría todo por volver al principio?
Para gustos los colores, o cada uno de los cuatro directores que han estado detrás de todas las películas de la saga. Pero después de ocho entregas es inevitable presentarse a la última convocatoria sin ganas de estudiar, exhausto y agotado de tanto Hogwarts.
Este fin de fiesta que es Harry Potter y las Reliquias de la Muerte – Parte 2 no tiene la solemnidad de su antecesora, y la marcha fúnebre que debiera dar muerte a Harry Potter a ratos parece más bien un revival chanante.