Un salón y cuatro buitres
Un niño le parte un diente a otro niño en lo que dura el recreo de un colegio. Las dos parejas de padres de los niños se reúnen para solucionar el conflicto de manera adulta y, a ser posible, civilizada. Un Dios Salvaje es la adaptación de una obra teatral de la autora francesa Yasmina Reza.
Encerramos a cuatro actores en un salón hasta que acaben por subirse por las paredes y sacarse los ojos. Este punto de partida es a la vez audaz y arriesgado, ya que vuelve a sacar a la palestra el doble tema de cómo transformar una obra de teatro en una obra de cine y cómo puede resolver el cine el caso de un espacio reducido y cerrado.
Con una premisa de ese calado y bajo la dirección de un cineasta de renombre y prestigio internacional como lo es Roman Polanski, Un Dios Salvaje ya solo necesita dos bazas para ser una película genial. Un texto preciso y afilado, y un reparto cojonudo e inspirado.
Un Dios Salvaje necesita un póker de actores dramáticos con un registro cómico brutal. Y solo lo consigue a medias. Christoph Waltz y John C. Reilly, lo tienen. Jodie Foster y Kate Winslet, no. Así de sencillo. Tampoco consigue su propósito el guión. El texto de Yasmina Reza lejos de ser preciso y afilado es previsible, forzado y, a veces, hasta cargante.
A mi juicio, Un Dios Salvaje, aunque méritos no le falten para ser atractiva, amena e interesante, es una obra menor y decepcionante dentro de la carrera de Polanski.
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