Una maravilla
Detesto el cine en 3D. Es algo que no va más allá de ser una simple manía personal. Sin embargo, celebro que un hombre del talento, el prestigio y la edad de Martin Scorsese se entregue a cualquier tipo de innovación que pueda revolucionar el cine. Lleva cuatro décadas dirigiendo películas. La mayoría de ellas son ambiciosas, muchas son magníficas, algunas son adelantadas a su tiempo y unas pocas de ellas son ya míticas.
Hugo es todas las cosas a la vez. Se lanza con ambición a homenajear a George Méliès, o lo que es lo mismo, a la propia Historia del cine. Pero en lugar de hacer un biopic del cineasta francés, cuenta su historia a través de los ojos de un niño, el hijo de un relojero parisino, que tras la muerte de su padre tiene que vivir por su cuenta en la estación de tren de Montparnasse e intenta arreglar un viejo autómata estropeado. Este es el punto de partida de Hugo, una novela infantil de Brian Selznick, que Scorsese leía con su hija y que ha convertido en 126 minutos de cine para regocijo familiar.
Es una película enormemente ambiciosa, que con nostalgia revisita el pasado a través de una modernidad narrativa y de puesta en cuadro alucinante, y lo hace además con una doble función didáctica y espectacular. Es una película adelantada a su tiempo. Y es también una película mítica porque creo que pasarán los años y Hugo seguirá correteando dentro de nuestra cabeza como si ella fuese la estación de tren de París. Esa estación, dicho sea de paso, es un decorado precioso a través del cuál la cámara se desplaza con un virtuosismo asombroso.
Hay que ir al cine a ver Hugo. Y hay que bordarse un babero. Es una maravilla.