Tú me perteneces
En tiempos de crisis la fe es algo valioso e incómodo al mismo tiempo. Si el año pasado El árbol de la vida (la película más trascendental, en todos los sentidos, que ha ocurrido en mucho tiempo) nos invitaba a Creer, este año The Master nos desafía a todo lo contrario, nos desafía a No creer.
Desde hace siglos sabemos que la Tierra es redonda. No porque lo hayamos comprobado, sino porque nos fiamos de quien lo dice. Aun así seguimos llamando planeta a la Tierra. No sé de qué nos sorprendemos. En un principio el lenguaje no buscaba calmar la sed de comunicación, sino convertirse en el estúpido invento de los hombres que creyeron que aquello a lo que podían dar nombre era aquello que podían poseer. ¿Puede alguien al escribir sobre una película reclamar por derecho una parte de esta, o al menos sentirla como suya?
La sexta película de Paul Thomas Anderson, The Master, es una obra perversa con sus espectadores, es antipática, difícil y arisca. No está dispuesta a hacer concisiones de ninguna clase. Como tampoco es sencilla la transformación de Joaquin Phoenix en Freddie Quell, un marine consumido por el alcohol, encorvado, desquiciado tras su participación en la Segunda Guerra Mundial, que acaba embelesado por la figura (imposible de atrapar, Philip Seymour Hoffman) de Lancaster Dodd, ideólogo y líder espiritual de La Causa, una organización religiosa para la que Anderson se inspiró en la Iglesia de la Cienciología.
Phoenix jamás podrá recuperarse de la experiencia de The Master. Su rostro parece esculpido por todo lo terrible y devastador que le ha ocurrido a los hombres desde que son hombres. Por momentos triste, ilusionado, crucificado y ansioso. En un momento del film, se somete a una extraña sesión de hipnosis (que bien parece un interrogatorio) en el que viaja a través del tiempo y se desmorona una y otra vez delante de la cámara, como un animal que no entiende que esto es sólo una película. En The Master no hay lugar para sermones, se abre una ventana enorme al juicio personal del espectador.
El último trabajo de Anderson no es una película sobre el origen de la Cienciología. Como todas las grandes películas, y ésta sin duda lo es, The Master nos habla sobre lo terrible que es estar solo. Es una película capaz de hacernos creer de nuevo que la Tierra es plana y que comunicarnos, tocarnos y estar juntos será el socorro último para nuestros miedos.