Un salto de fe
En una escena de El hombre de acero Clark Kent confiesa
sus dudas a un sacerdote cristiano. “Antes de confiar primero debes hacer un
salto de fe”, le dice el sacerdote. El público va a tener problemas para
conectar con esta nueva versión de Superman porque presta más atención al Clark
Kent kryptoniano que al terrestre. Esta es una película sobre Krypton, el lugar
donde nació Kent, sobre la guerra que asola el planeta, sobre su destrucción, y
sobre las ansias de un grupo de kryptonianos para recrear su planeta en la
Tierra. Y la batalla final entre Superman y Zod, tiene el mismo interés que aquel
enfrentamiento de Alien versus Predator.
Son dos personajes que no comprendemos, que se escapan a nuestro conocimiento,
dos extraños, dos extraterrestres.
Christopher Nolan, que en esta
ocasión se limita a labores de producción, ha mutilado la vertiente lúdica de
la historia original con su habitual tono afectado –aunque buena parte de culpa
tendrá el guionista David S. Goyer, guionista también de las nuevas películas
de Batman–. Y el sello del director Zack Snyder está en su estilo visual tan
lejos de la sobriedad. Comienza la lista de referencias. Aquí conviven la
desmesura y la falta de cordura de anteriores películas de Snyder como 300 o Watchmen, con los colores y los efectos especiales del John Carter que dirigió Andrew Stanton. Y
parece filmada por alguien que ama por igual Él árbol de la vida de Terrence Malick y Transformers de Michael Bay. La combinación es poco excitante.
El empeño por hacer de El hombre de acero una producción seria
y adulta es evidente. El equipo de actores –con Russell Crowe, Henry Cavill,
Amy Adams, Michael Shannon, Kevin Costner, Diane Lane y Laurence Fishburne–
(uau!) hace un esfuerzo por dar gravedad y credibilidad a sus líneas de
diálogo, y aún así el vacío y el aburrimiento terminan por arrasar esta
película. En el momento más emocionante de El
hombre de acero, Superman escoge, de entre todas las ocupaciones imaginables,
pasar el resto de su vida camuflado bajo el uniforme de un periodista. Eso sí
es un salto de fe, y lo demás son tonterías.