¿Terror o esquizofrenia?
Se ha extendido entre la crítica
y los cinéfilos la idea de Stanley Kubrick como un cineasta que pretende
dinamitar los géneros. Cuando Kubrick anunció que su siguiente película sería
un film de terror –el único de su trayectoria que puede definirse como tal– en
el que adaptaría una novela de Stephen King, la expectación era muy alta. ¿Qué
sería capaz de hacer el director neoyorquino con el género de terror?
Pues es
cierto que El resplandor se desmarca
de algunos lugares comunes del género. Sustos y sobresaltos brillan por su
ausencia y es un verdadero gustazo ver cómo Kubrick renuncia a la oscuridad
para crear tensión.
Del trabajo meticuloso de Kubrick con la luz nacen escenas fascinantes. Pero algunas de sus decisiones me parecen muy poco acertadas. Por otro lado, no considero que El resplandor haya revolucionado el cine de terror, porque está lejos de pertenecer a ese grupo de películas.
Dirigir es tomar decisiones. En
un momento del film, después de la magnífica secuencia del bate de beisbol,
Jack Torrance está fuera de control y su mujer Wendy consigue encerrarlo en el
almacén de comida del hotel. Jack intenta engañar a su mujer con buenas
palabras para que le deje salir. Aquí viene una decisión complicada. Kubrick
apuesta por enseñarnos el rostro de Jack, desvelando el engaño, en lugar de
compartir el desasosiego de Wendy, amenazada de muerte por su marido. La
decisión está en desechar el efecto de suspense para convertir la película en
un retrato de la esquizofrenia del personaje central.
Solo unos meses antes que El resplandor se estrenó Alien de Ridley Scott, una película que
demostró que cuanto menos vemos al monstruo más terrorífico crece en nuestra
imaginación. Pero aquí la empatía –un caso complejo considerando que Kubrick es
un cineasta muy poco empático– es para el monstruo. De hecho la película en
muchas situaciones nos obliga a tomar parte como Jack. Participamos en sus
ensoñaciones (como el precioso travelling
en el que descubrimos una celebración en The Gold Room, con viaje en el tiempo incluido) y entramos con él en la habitación 237. Lo que ocurre en ese cuarto de baño pintado de verde es algo imposible de reducir a palabras.
El laberinto exterior del hotel tiene cabida dentro del propio hotel, con pasillos que parecen llevar a ninguna parte y con habitaciones en las que el monstruo (una suerte de minotauro al que da vida Jack Nicholson) va conociéndose a sí mismo en una espiral de esquizofrenia.
El resplandor continúa siendo una obra enigmática.