Guarra, con perdón
Hay tiempo para todo. A veces nos desviamos por error de
nuestro camino y lo pagamos con creces, como si no hubiese manera de deshacer
lo andado, porque volver atrás no está permitido. Otras veces nos desviamos a
propósito, porque no sabemos hacer otra cosa, o porque es lo que en realidad
nos gusta hacer, perder el rumbo, vagabundear.
No siempre fui un amante de Mad Men. Hubo un tiempo en que pensé
que solo era una serie aburrida para pedantes modernos. Me molestaban los
personajes porque parecían falsos o estirados, o estirados y falsos, ya no me
acuerdo. ¿Por qué iba a interesarme a mí la vida de estos imbéciles? Vi los
primeros capítulos algo suspicaz, desde luego la recreación de época era
asombrosa y Don Draper un personaje modélico. Continué unos meses con este tipo
de pensamientos y el mismo recelo, a medio camino entre el odio a la serie y la
rendición sin concesiones a su genio. Hasta que me convertí. Bueno, en
realidad, fue la serie la que me convirtió. Los pequeños detalles, la
idiosincrasia de la oficina, las relaciones entre los personajes, todo me llegó
a fascinar. Lentamente me sedujo, y ahora mírame, llorando por estos imbéciles.
Porque son mis imbéciles.
Y aquí entran los saltos en el tiempo, muleta o punto de fuga para entender (o no) el presente de Don. Pero me sobran los flashbacks de Mad Men. Cuando quiero saber
cómo fue la infancia y la adolescencia de Don Draper pienso en Sally. Kiernan
Shipka da vida a la hija del protagonista de Mad Men desde el momento en que
es una cría de cinco años hasta que crece en una mujer. Y Kiernan está siempre
asombrosa. Resulta increíble que los creadores de la serie hayan dado casi por
casualidad con una actriz roba-focos tan carismática, porque actúa como si no
tuviera que actuar. Imagino que cuando creces delante de una cámara, actuar es
tu vida.
En Mad
Men Sally Draper es el mejor salto en el tiempo para entender (o no)
el presente, además de ser un ejemplo de cómo la televisión puede tratar a un
niño con madurez y ahorrándose imbecilidades. Don necesita a Sally
tanto como la serie necesita a la pequeña de los Draper. Para recordarnos que
triunfar es crecer, que autodestruirse es empequeñecer, y que crecer es
triunfar (sí, otra vez). En una serie que habla de ambición, éxito y alcohol,
decir esto es decir mucho.
Hablando de caminos
y señales, de rumbos y atajos, Mad Men vagabundea por placer, con
un placer contagioso. Lo que esperas que ocurra, ¡oh, sorpresa!, a veces no
ocurre, y elige milagrosamente el desvío. Otras veces se estanca, como
nosotros, para luego rehacerse y correr con mucha más rabia. A menudo afloja su
corsé sofisticado para ser guarra e impredecible, y así es como más me gusta.