"Soy uno de ellos (...) en sus sueños mas profundos"
Fíjense que a mi me gusta definir la narración cinematográfica como la suma de ritmo y tensión. Y como no soy ni un académico ni nada por el estilo tomaré prestadas las a su vez definiciones de ambas variables. El ritmo es un flujo de movimiento controlado o medido, sonoro o visual, generalmente producido por una ordenación de elementos diferentes del medio en cuestión. Y la tensión es toda demanda física o psicológica fuera de lo habitual y bajo presión que se le haga al organismo, provocándole un estado ansioso. Quizá influyan otros factores, pero si un guionista (o realizador, o montador, o como le quieran llamar) domina éstos dos su obra tendrá garantizada una cuota de éxito de forma irresistible.
Cuando me toca hablar de Dexter no puedo evitar pensar que además de una actuación -la de Michael C. Hall- de sombrerazo, para arrodillarse, besar por donde pise, y santiguarse hasta tres o cuatro veces; además de una elegante dirección -la de Michael Cuesta-; además de una brillante novela -la de Jeff Lindsay- en la que se basa; no puedo evitar pensar que además de todo eso, la primera temporada de Dexter alcanza la máxima calificación en cuanto a ritmo y tensión se refiere. ¿Las consecuencias? Tu culo en el sofá, tus uñas en la boca, tus babas en el babero, tus tripas pidiendo un respiro, y ese alivio que comienza por la cabeza y te sale por los pies convertido en gozo cada vez que una temporada echa el cierre. Éso es a lo que yo llamo una narración vertiginosa, vibrante, feroz y cruelmente entretenida. Y todo lo dicho sobre la primera temporada vale para la segunda que, sorprendentemente es tan buena o más si cabe que la primera.
La serie ha sido censurada en algunos países y directamente prohibida en otros por miedo a que su carismático personaje principal cale hondo en la mente de algún descerebrado y tienda a imitarle cometiendo sus fechorías (no olvidemos que un simpático descuartizador sigue siendo un asesino). Pero yo estoy entre los que prefieren encontrar en su poderoso mensaje una alegoría, varios siglos después, la de un ser supremo -como dios- que es capaz de dar vida y también quitarla, que puede juzgar por encima del Bien y del Mal, así en mayúsculas. Porque ante todo Dexter saca a relucir una moral sofisticada, con capacidad para (auto)cuestionarse absolutamente todo, y para evolucionar con respecto al tiempo en tres fases bien diferenciadas: infancia (se rige por un código preconcebido), adolescencia (invadido por las dudas) y madurez (aceptación de sí mismo). Me hace gracia los que llaman a psicópata a Dexter. A mí me parece el tipo más lúcido que he conocido en mucho, pero mucho, tiempo.
Altamente recomendable. Resumiendo: una sinfonía sutil y diabólica de la sangre. Siempre fresca. Siempre excitante.