El nuevo (y elegante) punto de partida de Wong Kar-Wai
Gracias a madre-internet (bendita) y sus famosas descargas ilegales podemos disfrutar de la última película de Wong Kar-Wai, porque un error mayúsculo de distribución o de programación o de quien sea, nos ha privado de ver un film con un reparto muy atractivo y dirigido por un señor que ya se ha convertido en piedra de culto del cine oriental. Pero ahí no acaba la cosa, My Blueberry Nights aún no tiene fecha determinada de estreno, lo que significa que -suponiendo que pase por cartelera- llegará a las salas españolas dos años después de su estreno en EEUU, como si se tratase de un país tercermundista. Pero por supuesto el coste de la entrada se mantendrá inamovible. Una vergüenza.
Pues la última película de Wong Kar-Wai, nostálgica y melancólica, es también su primera incursión en el cine americano. El director chino es un referente por su estilo visual marca de la casa con techo en la espléndida dilogía -no sé si se dice así- formada por In the mood for love y 2046. Aunque My Blueberry Nights queda lejos de la maestría de las ya citadas, es ésta una incursión elegante, como no podía ser de otro modo en el cine de Kar-Wai, en un nuevo abanico de posibilidades, el panorama de Hollywood acoge con los brazos abiertos las cadencias exóticas, los ritmos melódicos con los que lleva deleitándonos más de una década.
Aquí el director de Happy Together utiliza un particular póker de actores, cuatro caras reconocibles, y pone a debutar a una sorprendente Norah Jones sólo superada por dos de esos rostros que no se olvidan fácilmente: Rachel Weisz y Natalie Portman. La primera (futura chica Amenábar) es cuestión de gustos, aunque su duelo de miradas y su historia de des-amor con David Strathairn sea lo mejor de la película. La segunda (confirmada su presencia en la próxima de Jim Sheridan) es inapelable, indiscutible. Portman es toda una diva generacional.