La exprimidora demodé
Con motivo del décimo aniversario de la muerte de Stanley Kubrick, La Naranja Mecánica volverá a pasarse por la cartelera de Madrid a modo de evento exclusivo y por tiempo limitado. Una oportunidad de oro para saciar lo que a día de hoy podría considerarse un antojo harto complicado, ver (y oír) una película de Kubrick en la pantalla grande. Si Kubrick se hubiese dedicado a aquella que realmente sentía que era su vocación, la fotografía, hubiese sido un genio. Tenía el talento y tenía los medios. Por eso sus películas siempre podrán presumir de un diseño de producción y de fotografía prodigioso. Y por eso era un fenómeno encuadrando sus planos.
La historia está dividida en tres actos: en el primero, el joven Alex, un apasionado de la ultraviolencia que escucha a Beethoven, es el líder de una banda callejera en una Gran Bretaña presumiblemente futurista. En la escalada de fechorías, Alex es detenido y encarcelado. El segundo acto narra la estancia en la cárcel y la supuesta rehabilitación de Alex (a través de un sistema novedoso llamado método Ludovico, propuesto por el gobierno liberal/tecnócrata). El tercer acto recoge las malas experiencias que sufre Alex tras su salida de la cárcel. Es en este tercer acto donde la película se vuelve un sainete político.
El problema que sacude La Naranja Mecánica tiene que ver con el tono de la propuesta. Obviamente se trata de una sátira política y una fábula sobre la violencia. Pero la desmesura con la que castiga sus buenas ideas ahoga sus méritos narrativos (que son muchos). Esa desmesura está presente en la detestable(mente) histriónica interpretación que Malcolm McDowell hace del personaje protagonista, en constante tonillo de falsete; del mismo modo que el resto de personajes (familia, tutores, amigos, psiquiatras...), que parecen salidos de una caricatura, no son más que simples monigotes animados.
La transgresión estética que en su día la encumbró a obra de culto, a pieza iconográfica de su tiempo ha quedado desfasada y anticuada, digamos que otras películas del director de 2001 han envejecido mejor. Sin embargo su retrato de la violencia social gratuita sigue plenamente vigente, y eso es algo que la confirma como obra adelantada a su tiempo.
El distanciamiento afectivo que mantenía Kubrick con respecto a todos sus trabajos queda aquí plenamente justificado en la sátira, pero nunca en el drama. La Naranja Mecánica es la mayor demostración de que Kubrick era (es) un hábil creador de imágenes y escenas poderosas, pero incapaz de involucrarse y de involucrarnos en sus películas. Un excelente profesional del cine cuya imponente superioridad le impedía sentirse identificado -moral y emocionalmente- con su obra.