Iba yo con recelo a ver lo nuevo de Tarantino, con el distanciamiento necesario con el que hay que cargar cuando estás ante un autor que arrastra tantísima expectación, convertido ya en fenómeno cultural masivo. Pero no sólo por eso, también porque dijo Quentin que en esta película había rodado su mejor escena y escrito su mejor personaje. Me sonaba a promoción, a escusa. Y cuando alguien empieza a justificar su trabajo antes de ser atacado, pintan bastos.
Falsa alarma. No sé si se refería al personaje del coronel nazi Hans Landa (magnífico Christoph Waltz) o a la escena brutal que abarca todo el primer capítulo. De ser así, en ambos casos habría que darle la razón al director de Pulp Fiction. Tanto el personaje como la escena se encuentran entre lo mejor escrito (e interpretado), rodado (y planificado) de la carrera de Tarantino. Christoph Waltz está memorable en la piel del corondel Landa, va y viene, sube y baja, cambia de tono y cambia de registro. Y el festival de Cannes se lo supo recompensar.
Malditos Bastardos tiene una vocación de serie que se atisba en los cinco capítulos en los que se divide. El primero de ellos es excelente: el empleo de la música, el duelo de medios planos, primeros planos e inserto de varios planos detalle, ese modo de revelar la información en el momento más oportuno, multiplicando los efectos dramáticos de la escena (un travelling desciende hasta mostrar la familia que se esconde bajo el suelo). Está orquestado como si de un western se tratara y podría venir firmado por Sergio Leone.
Los otros cuatro capítulos merecían más atención, más metraje. Aún así, todos contienen la virtud más preciada de Tarantino, sus ágiles diálogos. Es un guionista terriblemente inspirado, y consciente de ello, sustenta la película en unos largos textos que parten de la carcajada para ir acumulando progresivamente la tensión (a ello contribuye, en parte el conflicto entre idiomas, en parte la habilidad de Christoph Waltz).
No todo son aciertos. No me convence Brad Pitt y su careto de chulo impostado. Y el personaje de la guapísima Diane Kruger queda desaprovechado. Malditos Bastardos funciona de maravilla en sus momentos de lirismo.
No obstante, nos quedamos con la sensación (qué gustazo) de que Tarantino se divierte como nadie haciendo cine como muy pocos. Para quitarse el sombrero.