Espectacular cierre a la trilogía
The Dark Knight Rises, como bien indica su
propio título, reincide en la fórmula exitosa de sus dos entregas anteriores,
aunque sin el efecto imprevisible, genial y traumático del Joker de Heath
Ledger. En su regreso del ostracismo al que él mismo se condenó, Batman debe
hacer frente a un nuevo villano, el Bane al que da vida Tom Hardy, que amenaza
con destruir el sistema socioeconómico de Gotham. Esta parece una estrategia
muy oportuna al calor de los movimientos revolucionarios que se han desatado en
la actualidad ante la desconfianza política y financiera.
El gigantismo de la propuesta y del tono, lejos de ser una
virtud, infecta la película de una grandilocuencia irritante. Sin embargo es
innegable el talento de su realizador Christopher Nolan para la dirección de
actores, capaz de extraer de todos ellos –la Warner ha armado un equipo de
intérpretes sensacional y acertadísimo, todo hay que decirlo– trabajos muy
dignos que salvan a la película de un ridículo grande.
Nolan culmina con The Dark Knight Rises más de
siete horas de un entretenimiento y un espectáculo a prueba de bombas, tan condescendiente como ambicioso. Y la entrega final está a la altura de las expectativas. Nolan, con
todas sus limitaciones –especialmente para las secuencias de acción y el empleo de la música–, ha
conseguido salir airoso de una película inflada de grandilocuencia y épica. Aplauso fuerte y a descansar.