Entre esas cuatro paredes
En los años cincuenta, Frank (Leonardo DiCaprio) y April (Kate Winslet) son una joven pareja que vive en los suburbios de Connecticut. Su vida, aparentemente feliz para muchos otros, tras casarse y tener dos hijos, se encuentran ante la disyuntiva de luchar por sus verdaderos deseos o conformarse con su estado actual, una vida donde ambos se sienten mediocres, del montón, precisamente ellos que siempre se vieron a sí mismos como especiales, diferentes, preparados para alcanzar los sueños y lograr altos ideales.
Se ha convertido en costumbre. Una película ninguneada por los Oscar tiene un porcentaje alto de ser valiente, arriesgada e incluso sensacional. Desde que se repartieron las nominaciones a los famosísimos premios de la Academia americana supe que Revolutionary Road no era el vehículo hacia el formalismo que nos vendían algunos críticos estadounidenses. Por supuesto que no es la mejor de Mendes (cualquier película comparada con American Beauty sale perdiendo) y le falta perversión para llegar a la cima, le falta agresividad para ser excelente. Pero confirma a Mendes como uno de los mejores en su oficio con un encomiable trabajo de puesta en escena. La ardua tarea de adaptar una obra teatral en cine exige lo mejor de Mendes y de sus actores, y la entrega de éstos es la que hace posible Revolutionary Road.
La estructura dramática está construida de una manera cíclica, de modo que los primeros diez minutos, es decir todo aquello que va antes del rótulo con el propio título de la obra, funcionan como la condensación de todo lo que sucederá en el resto del film. La cámara busca a los protagonistas entre una multitud de gente, y cuando los tiene fijados, se va acercando a ellos. En ese momento se conocen Frank y April, son los años cincuenta, y ella dice querer ser actriz. Elipsis temporal. Se baja el telón. Ella se refleja en un espejo. Llega la discusión en el coche. Están representando un papel en lugar de vivir sus vidas. Esas vidas que llevan no son más que el reflejo de lo que habían imaginado. Estalla la primera decepción. Ahora sí, vemos blanco sobre negro el nombre de una calle de un suburbio residencial de Connecticut. Y todo lo que después viene es el recorrido de la espiral que ya se ha abierto.
Venga, vale, al toro. Cuanto antes mejor. A poco que me conozcan ya sabrán que esto me duele a mí más que a nadie. Me vais a obligar a admitirlo. Lo voy a decir. Leonardo DiCaprio es lo mejor de la película. Ya lo he soltado. Y Kate Winslet hace lo que puede (que es mucho) para seguirle. DiCaprio en el mejor momento de su carrera, con un par de escenas de emoción contenida y aguantando el tipo en el resto. Está estupendo. Esas dos escenas de las que les hablo justifican la película entera. La primera, después de la infidelidad de Frank, llegar a casa y descubrir que allí esperan su mujer y sus hijos (que se evaporan durante el resto de la película) es el comienzo de su suplicio, ahí se da cuenta de que todo está perdido y tiene que empezar de nuevo. La otra, la más discutida, es el punto de no retroceso, no es posible empezar de cero y Frank y April lo saben, aún así se regalan un fabuloso, amable y tierno desayuno. Despedida.
Hace no mucho leí sobre cuánto le gustan al director Sam Mendes las ventanas. Pues su último trabajo es una de esas películas en las que (parece) nada pasa, nada sucede, la narración no avanza, donde las escenas se encadenan, se superponen unas sobre otras. Y sin embargo no nos importaría quedarnos a vivir entre esas cuatro paredes, y ver las cosas -que sí nos suceden- a través de la ventana de Mendes. Lúcida y transparente. ¿No es eso el cine?