Eterno resplandor de la mente inmaculada
En una noche de terror como ésta, como cualquier noche, no hay nada más aterrador que desempolvar ¡Olvídate de mí! (2004), una película que habla de lo terrorífico que es el olvido y de los recovecos oscuros del desamor. Una película sobre un imposible, el desamor como ejercicio de memoria.
En una época como ésta, como cualquier época, en la que todo parece inventado, dónde hasta lo original raya siempre lo predecible, es muy difícil encontrar a un hombre valiente que piense y trabaje de manera independiente a todo lo que ya se ha pensado antes, aunque ello le cueste nadar a contracorriente. Es muy difícil dar con ese tipo de persona. Pero no sólo ahora. Ahora y siempre.
Por eso mismo no puedo dejar de frotarme los ojos ante obras tan maravillosas como ¡Olvídate de mí!. La segunda película de Michel Gondry pertenece a esa extraña estirpe de películas milagro que esconden no solo a uno, sino a un equipo entero de hombres dispuestos a dar rienda suelta a su talento suicida y que son capaces de transformar su trabajo en una aventura inmensa. Éste es el prototipo de héroe del siglo XXI.
Lo es Charlie Kaufman, nacido en 1958. Un guionista neoyorquino que ha parido los libretos más originales y divertidos que se han escrito para cine en lo que va de siglo. Un cruce entre Franz Kafka y una estrella del rock. Kaufman escribe
¡Olvídate de mí!, cuyo título original
Eternal Sunshine of the Spotless Mind viene a significar algo así como el eterno resplandor de la mente inmaculada.
Joel y Clementine se quieren. Pero a la vez uno se quiere olvidar del otro. Hasta aquí puedo leer, porque todo en esta película es descubrimiento. Un constante descubrimiento y una huida sin salida por el recuerdo de un amor imposible de borrar. Como decía Nolan en la promoción de su Inception (2010), tu mente es la escena del crimen.
Pero a diferencia de en Inception aquí lleva la batuta un cineasta libre y sin complejos, sin ataduras, sin miedo a explotar un cine genuino y auténtico. Michel Gondry, nacido en 1963 en la ciudad francesa de Versalles, es un cineasta que ha tocado todos los palos del audiovisual. Gondry trabaja con el guión de Kaufman con respeto pero sin temor alguno a transformarlo, a zarandearlo, a enriquecerlo, a matizarlo, a llenarlo de detalles que le hacen cobrar vida.
Su trabajo de planificación a cámara en mano es un ejercicio naturalista, ágil e inestable que permite acercarse a las perturbaciones del protagonista. Un Jim Carrey nostálgico, triste y melancólico, que desata un minimalismo expresivo absolutamente imprescindible. Imposible imaginarse a otro actor en su papel.
Los logros narrativos y estéticos de esta obra maestra han influido en proyectos tan ambiciosos como dispares y raros, como puedan ser 500 días juntos (Webb, 2008) o Inland Empire (Lynch, 2006). Y sin embargo ninguno de ellos ha alcanzado el nivel de genialidad, belleza y emoción de este maravilloso film.